Las adelfas. Las adelfas son plantas de porte variable. Las de más altura apenas superan los dos metros de alzada. Las hay de flor blanca y de flor rosa, por lo que yo sé. En el Mediterráneo occidental son muy abundantes.
Tal vez fueran salvajes en su día. Ya no. En el parque de Burlada hay muchas. En la Explanada de Alicante, tan famosa, muchísimos cientos de ellas a lo largo del paseo que llega hasta la estatua de Canalejas desde el embarcadero. Y en Algeciras, casi tantas, pero no solo adelfas. Son flores de larga vida. Ni las tormentas ni los aires secos del desierto pueden con ellas. ¿Y? Y pasa que la flor de la adelfa es altamente tóxica. Como el fruto de los tejos, que parecen caramelitos, pero son veneno.
Me han contado en la comida que un ganadero de la sierra de Sevilla, donde la adelfa resiste viva seis meses al año, decidió hace un tiempo plantar en torno a la casa campera un jardín francés y lo colmó de adelfas. En terreno serrano la adelfa echa raíces recias y hace buen seto, protege del viento. Como si fuera especie invasora. Cuando crecieron las demás plantas del jardín, el ganadero decidió eliminar las adelfas todas. Unos cientos. No las quemaron. Las trituraron. Se las dieron de comer a los erales recién desahijados. Y se envenenó la camada entera. Murieron todos.
Enfrente de lo que fue el llamado en Alicante muelle de Orán, de donde salían dos veces por semana los barcos para Argelia, y dos veces volvían por semana, hay un grupo escultórico no sé si demasiado afortunado -escultura conceptual de forja oxidada- que evoca la acogida que en la ciudad se dispensó a los ciudadanos franceses que al final de la guerra de independencia, en 1962, tuvieron que abandonar la colonia. Empresarios poderosos, ingenieros, gente de toda condición. Fueron refugiados. Cientos. La escultura está plantada entre un bosquecillo de adelfas.
Y aquí, en el NewTrujal, un garito muy noble de la calle de San Fermín, sacan a las doce de la mañana dos tortillas de patatas jugosísimas. Una de solo cebolla (y patata); y otra de pimiento picantito. La ración, muy generosa, es de precio asequible. Se acompaña con un vino navarro, mejor crianza. Por cuatro euros te das un festín. Los músicos de las bandas que todas las mañanas de San Fermín tocan a la una en punto en el tingladito de la Plaza de la Cruz suelen pasar a tomar tortilla. Con cerveza. Y si no tortilla, coquetas. Y si no, el pimiento envuelto en bola. El pincho de salmón y aguacate del California es sencillo y sabrosa. He leído que la pulpa de aguacate es muy buena para los pies. ¿En serio?
A la puerta de la parroquia de San Fermín me han dicho que el paraíso terrenal, el verdadero, está en la Sierra de Cameros. Sin tejos ni adelfas ni más ruido que el de sonoras cascadas de arroyos tributarios del Iregua. Río dulce y bravo.