Con sendas estocadas, Sebastián Castella y López Simón cortan una oreja muy diferente cada uno, mientras el toreo lo puso Miguel Ángel Perera que mató mal. Flojo y descastado encierro.
Los jandillas de Fuente Ymbro por poco se llevan de calle la sexta de San Fermín. Blandos y mansos tirando de nobleza boba. Todos cuatreños, negros, menos un melocotón y un castaño, mostraron sus finas y veletas puntas, coronando las moderadas corpulencias. 540 kilos promedio. ¿“La feria del toro” se ha vuelto “La feria del toro mediano”? ¿Y la bravura? ¿Y el poder? ¿Y el fondo? No se vieron hoy por ningún lado. Los cuatro primeros inútiles, minusválidos. El quinto, que iba por lo mismo fue a más y el sexto rajado y entablerado.
La tarde, a no ser por las peñas y el indomeñable ánimo parrandero de los de sol iba camino del desastre. Pero en artículo mortis el efecto voltereta sacudió la plaza y la pasión subió en sentido natural, de la arena al tendido.
El sexto, rayano en la media tonelada que salvo apretar en banderillas no había transmitido ni frío ni calor, tomó con decencia la primera tanda corta que le administró López Simón por la derecha. Confianza. ¡Malhaya! En el otro cite se vino al hombre, lo levantó y lo buscó con saña en el suelo. Desconcierto. Recogen al maltrecho, camino de quirófano y a medio viaje se baja, vuelve a la cara con las huellas del palizón en la ídem y en la ropa.
Pero el cobarde agresor huye, una y otra vez, atrincherándose en las tablas de donde ya no podía escapar. Allí la pelea fue obligada y de tu a tu. El cuerpo frente a las púas y el trapo halando pa´llá y pa´cá por la rendija cada vez más estrecha que dejaban la carne humana y la barrera. La clientela que se había tenido que emocionar a sí misma toda la tarde se puso como loca. La plaza se desaforó. Cuando la superioridad fue absoluta, el barajeño citó a recibir y así, clavó hasta los gavilanes una estocada en todo lo alto que tiró el toro sin puntilla. Hágame el favor. Cómo se puso eso. La presidenta sacó el pañuelo, lo escondió y lo volvió a sacar, instada por su asesor. La gente pedía las orejas con todo. En el ruedo el alguacilillo frente al tiro de mulas preguntaba con los dedos al palco ¿Una… o dos? Al fin solo una. Estuvo bien…, y mal si la comparamos con la otra baratica que habían otorgado del cuarto. No eran lo mismo. Por mucho. Por muchísimo.
El tercero fue acusado con mímica ostensible por el matador de burriciego. E inmediatamente lo brindó al público. ¿Al fin qué? Luego cuando entre caídas y renuncias demostró su nulidad, reaparecieron los gestos, la brevedad, la eutanasia y el brindis quedó en agua de borrajas.
Sebastián Castella, se pasó la tarde con su menú ejecutivo, pasando y pasando de muleta sus dos blandengues y mansos toros. Bregas insaboras, inodoras, incoloras y de una extensión tal, que ambas fueron avisadas por su señoría antes de igualar como diciéndole –Vamos, que ya no aguantamos más— Al primero le asestó medio espadazo lateral y trasero. Al cuarto, el de la merienda, que trasteó sin la más mínima atención de la parroquia, concentrada en la masticación y el trasiego (no pocos de espaldas al ruedo), le puso una estocada completa y en toda la cruz. Cayó el toro rodado y los comelones ya ahitos, se dieron cuenta, rompieron el tedio y comenzaron a pedir la oreja, que se dio sin otro argumento. En el callejón le pusieron el micrófono a Curro Molina, hombre de confianza del francés y dictaminó sin más: “Ha estao tremendo”.
Miguel Ángel Perera, que no supo que hacer para superar la descastada y defensiva mansedumbre del segundo, al que liquidó con estocada caída, encontró en el quinto lo que pudo ser un triunfo. A fuerza de sobar capturó su renuencia dejándole la muleta permanentemente frente a los belfos, baja, sin vaciar la suerte y haciéndolo circular alrededor de su cuerpo. De a tres y de a cuatro vueltas. Una vez en un sentido y en el otro. Atornillado al ruedo. Convenciendo y haciéndose acompañar de la música. Lo cual no sería de reseñar sino fuera para decir que en Pamplona la banda toca porque sí o porque no. A toda hora. Le avisaron. Preparó el encuentro final con minuciosidad y dilación. Pero a la hora de la verdad, saliéndose, dejó medio bajonazo, que para peor, el menos malo de la tarde exhibió a toda la plaza en su carrera póstuma. Sin embargo, le aplaudieron. En otros tiempos yo no sé cómo hubiese reaccionado a esto el respetable. Son los tiempos que corren.
FICHA DE LA CORRIDA
Pamplona. Martes 10 de julio 2018. Sol. 6ª de San Fermín. Lleno. Seis toros de Fuente Ymbro, 540 kilos promedio, parejos, bien presentados, astifinos, desforzados y desrazados.
Sebastián Castella, silencio tras aviso y oreja tras aviso.
Miguel Ángel Perera, silencio y palmas tras aviso.
Alberto López Simón, silencio y oreja con petición de otra.