El dinástico desató un turbión de pasiones en la pletórica plaza, recibió una oreja y tras petición saludó gran ovación. Castella también saludó en el quinto y Manzanares fue silenciado. Desrazada corrida.
Y cuando el gran Cayetano cruzó la pajiza arena voces de furia tronaron en Las Ventas… Su torería no solo fue incomprendida por una parte del público, sino que insultó sus prejuicios, pero arrebató con igual o mayor intensidad a los más. Como en los viejos tiempos, la plaza de Madrid, llena hasta las banderas, se partió en dos enconados bandos e hirvió de pasión. La pugna llegó al climax en el momento en que el alguacilillo le tendió la oreja del tercero concedida por petición mayoritaria. El torero en medio de la escandalera de ovaciones y protestas detuvo la escena y esperó hasta que la mayoría volvió a imponerse. ¿Qué pasó?
Como un compendio de sus ancestrales tauromaquias, pero también de los talantes que las hicieran históricas, Cayetano trajo viejo aromas a la plaza mayor. Extenso en repertorio, recursos e improvisaciones. Pero más aún en coraje y alegría. Su larga cambiada de rodillas a porta gayola, las evocadoras verónicas rodilla en tierra. El colocar en suerte con cinco chicuelinas caminadas, revolera y brionesa. El quite con esa luminosa larga cambiada de pie en los medios, engarzada con la gaonera, las dos verónicas y la media. Todas dadas con ese aire de familia que solo viene con la genética. Eso detonó las facciones en una plaza ahíta de toreo industrial, que quieren mantener reacia a la reminiscencia e impermeable a la nostalgia.
El hijo de Paquirri sentado en el estribo. Los ayudados por alto, y por bajo, las trincheras, los desdenes, la muleta terca, el desafío vehemente a los mansos. Los dos que le tocaron. Todos lo fueron, pero él fue el único que puso así la plaza. Y no tuvo el mejor, el cuarto, que no fue muerto a estoque por lo cual ovacionaron. Qué paradoja. Muy por encima de su lote, convirtió la sosería en emoción y capturó la atención permanente del público. Dos ejecuciones formidables del volapié, dos estocadones arriba y pese a la confrontación tenaz, hasta del siete cayeron prendas a su paso. La tarde tuvo un nombre, el suyo. Si sus toros hubiesen tenido algo de raza, si tan solo no se hubiesen desfondado tan pronto, yo no sé qué hubiese pasado. La ovación de salida fue estruendosa y merecida.
Sebastián Castella. Estuvo al borde del petardo con el primero que hizo aplaudir al picador José Doblado. Un quite poco airoso y un bandereo de muleta bajo pitos y tatatás, repartidos con el estulto victoriano, supongo. Dos pinchazos, media espada y un aviso. Con el cuarto, el más noble y de mayor duración, tuvo promediando la faena el mejor momento de sus tres corridas en la feria. Cuatro naturales en redondo de un temple, cadencia y lentitud conmovedores, rematados con un pase de pecho en línea recta. Pero a continuación se dejó trompicar y el toro ya no fue el mismo. Todo se fue por la vulgaridad y el encimismo. No estoqueó al toro, pinchó dos veces y ante su pasividad sonaron dos avisos. Por fortuna el animal dobló in extremis. Una ovación de gala en el tercio. La suerte suprema ya es accesoria, parece.
Jose María Manzanares, pasó de manera muy discreta. Solo su empaque y serenidad en una corta serie por la diestra y una fenomenal demostración del volapié con el quinto. Cierto, sus toros actuaron como un par de bueyes, pero los de los otros con una sola excepción tampoco fueron mejores.
Lo más importante de la tarde y que creo se recordara por bastante tiempo fue el subidón emocional que vivió la plaza. En una corrida de clavel, con una de las llamadas ganaderías comerciales; Victoriano del Río, y en una época en que se supone ya no pasan esas cosas. Qué yo recuerde, y soy aficionado viejo, esas marimorenas las prendían toreros de gran personalidad, como Luis Miguel, tío abuelo del que la formó hoy, “El Cordobés” de los sesenta, Curro Romero y pocos más. La pasión es el alimento de la fiesta.
FICHA DE LA CORRIDA
Madrid. Viernes 1º de junio 2018. Plaza de Las Ventas. 25ª de San Isidro. Sol, nubes y gotas. Lleno total. Toros de Victoriano del Río, 560 kilos promedio, cinqueños 1º, 2º y 6º, bien presentados, dóciles y sin fondo.
Sebastián Castella, silencio y saludo tras dos avisos.
José María Manzanares, silencio y silencio.
Cayetano, oreja protestada y saludo tras leve petición.