Redacción: Marco Antonio Hierro – Cultoro.es – Web Aliada – Foto: Luis Sánchez Olmedo
Todo entrega Luis David para cortarle una oreja al gran Ombú, de Juan Pedro, cuatro silencios de distinto fondo se repartieron Finito y Román.
Madrid – España. Era la segunda tarde de Luis David en Las Ventas. El segundo paseíllo desde aquel día de septiembre en que confirmó el doctorado. Lo demás había sido ver a su hermano o contemplarlo por la tele. Pero hoy era él quien se jugaba el futuro vestido de blanco y plata, con los nervios agarrados a la barriga y el miedo ahuecando el buche. Hoy era él quien tenía que pisar la arena donde ya había sangrado antes con la complicidad de este tendido.
Pero agarró a Luis David este día con los trancos cambiados, la juventud en puntas y el oficio muy en flor. No es malo que ande así un torero tan joven, pero hay que contar con los riesgos. Y uno de ellos se tornó realidad hoy, cuando salió Ombú por la puerta de chiqueros y aseguró que iba a embestir. Lo hizo echándole el morro al piso al mexicano animoso, volcándole la cara en cada repetición capotera, regresando con ritmo para que le ganase el paso y anunciando que la tomaba reduciéndose al llegar. De lío. Tanto que cuando arrastraban las mulillas su cadáver jabonero entre la ovación cerrada del público que asistió se echaban de menos dos trienios más en la carrera de Luis David.
Dos trienios o tres, porque no era nada fácil estar a la altura del excelso toro con el bagaje que acumula; no eran suficientes la voluntad y la entrega para cuajar su bravura aún a costa del propio bofe; no llegaba con pasárselo muy cerca, fomentar la emoción y arrimarse como un perro, porque Ombú era un toro de rabo. Un animal de velocidad reducida al que había que torear con una velocidad menos mientras iba él a más, con imposición sutil y mandona suavidad en el pulso del trazo, con una muñeca experta que hable con el corazón lo que le dicta el alma, y eso se tiene pocas veces con un año de matador. No es demérito de Luis David. Bastante hizo él para cortar esa oreja.
Bastante para una parroquia que le vio ajustar la verónica de salida, ganar el paso, arrebatarse en la media, torear muy por abajo el dibujo de las chicuelinas con que quitó tras una vara. Bastante para los 16.000 que le vieron dejarlo venir, permitirle que le visitara los muslos en los estatuarios del inicio, ofrecerle trapo raso y quererse morir de toreo en las tres tandas seguidas de embestir y embestir. Se sintió importante Luis David, que se entretuvo en tapar muchas bocas con la fuerza de su pasión, de su entrega, de la profundidad del natural que trazó infinito por sumarlo a la profundidad de Ombú. Ya tenía conquistada Madrid. Y la hubiera reventado con dos trienios más en el cuero. O tres.
Con ellos también le habría soplado las zapopinas de vuelo bajo al grandón Parladé que hizo sexto. También le hubiese dejado que le visitase el glúteo en el pase cambiado para el que se quedó en los medios. Le hubiese puesto la misma pasión y la misma entrega, todo igual. Pero le habría apretado en el inicio geniudo que le sacó el emotivo toro, se habría impuesto antes y toreado después para que no le pasase nunca que llegase a pensar el bicho que podía ganar él. Fue por eso por lo que se puso reponedor y hasta quiso remontarle. Y lo hubiera hecho de tener algo más de poder. No lo hubiera permitido Luis David con dos trienios más. Porque allí se quedó su Puerta Grande. Aunque ya habrá más, no cabe duda. Siempre que ande así, porque los trienios tienen la ventaja de que siempre van a venir.
Como vendrá Román a su tercera tarde de feria después de no pasar nada en esta en que se anunció hoy. Y como vendrá a hacer lo que le plazca el Fino, porque los tres o cuatro muletazos que deslizó hoy con torería para el aficionado valen más que los que se venden al peso. Y no veo yo al Fino colocándose un casco de obra. Porque ya tiene muchos trienios…
Ficha del Festejo
Plaza de toros de Las Ventas, Madrid. Décima de la feria de San Isidro. Corrida de toros. 16.317 entradas vendidas. Cinco toros de Juan Pedro Domecq y uno de Parladé, sexto. Desiguales de presencia, correctos de trapío y variados de juego. Pasador sin entrega ni afán el vulgar castaño primero; carente de raza y de empleo el rajadito segundo; de excelsa clase, codicia, humillación, fijeza y celo el bravo y extraordinario jabonero tercero; soso y sin entrega ni malicia el obediente cuarto; con más intención que calidad el humillado quinto; con cierto genio y mucha transmisión el emotivo y grandón sexto. Finito de Córdoba (burdeos y oro): silencio y silencio. Román (purísima y oro): silencio y silencio. Luis David (blanco y plata): oreja y ovación.