Redacción: Marco A. Hierro – Cultura.com – Web Aliada – Foto: Luis Sánchez Olmedo
Miguel Ángel Perera emerge inmenso sobre una tarde de valerosa intención de Roca Rey y un chispazo de recuperación de un López Simón que de nuevo se vino a menos
Madrid – España. El temple no habita en los trapos, por muy caros que se vendan. El temple guarda sus arcanos en los corazones fuertes, en las cabezas asentadas y en las muñecas flexibles, que lo son tanto que no dejan nunca de dibujar al natural. El temple supone el secreto de una tauromaquia, pero también de una vida, porque sólo con él se apuntalan las flaquezas y se atemperan los golpes. El temple no habita los trapos porque no lo tiene nadie; simplemente se siente o no.
Y hoy, cuando 24.000 gargantas habían pagado una leña por admirar el valor, por asustarse del miedo y pegar un respingo en el asiento en cada arrancada vencida, emergió Miguel Ángel Perera para explicarle a todos lo que es la profundidad. A todos. Porque esta plaza que veneramos como la teta que nos amamanta dirige su camino sinuoso en tres direcciones muy claras. A esas tres se han convertido los custodios de la fe, porque han mermado los conocimientos, han crecido las solapas para el clavel y han incrementado las ventas de gintonic. Y esas tres facciones se citaron hoy a plaza llena. Bien pueden los actuantes dirigir a alguna en concreto su atención -como se hace el los gaches, y eso es muy peligroso-, pero una figura del toreo apunta a enseñarles Tauromaquia. Por eso Perera sabe que el temple no habita en los trapos.
Ni en los suyo ni en ninguno que se precie, porque el temple con que sometió Perera hasta la extenuación al mansito cuarto le otorgó recorrido, le limó las protestas que su mansedumbre evidenciaba, lo obligó a perseguir la tela y lo llevó hasta el infinito reduciendo su velocidad. Porque no es acompañar viajes a lo que se le llama temple, oigan, sino a proponer la velocidad del muletazo y obligar al funo a tragar hasta morir. Y allí, en el centro de Las Ventas, con la muleta en la mano, emergió hoy un extremeño que supone el temple absoluto. Distancia en los cites, la inercia justa para alicatar las fuerzas, un leve giro de talón para quedar colocado, un ritmo fijo, inquebrantable y poderoso en el trazo y un valor para llenar espuertas al verlo pasar despacito en el roce de la barriga. Es ahí donde está el valor, mire usted, y no tanto en un desplante entre pitones.
Todo menos la buyanga buscó Miguel Ángel Perera para cortar una oreja la tarde en que despachó dos mansos y sólo uno le dio cierta opción de triunfo. Porque tenía clase, porque la quería por abajo, porque humillaba empujando el trapo y atendía a la propuesta templada. Sólo uno, que fue el cuarto, con el que emergió Perera hasta el estocadón. Te podrá gustar más o menos, te podrá levantar del asiento o no, te podrá reventar la barriga o dejarte indiferente, pero negar a Perera hoy por hoy es negar la técnica perfecta. Y el temple absoluto.
Para que lo tenga Roca Rey han de pasar aún muchos años, porque es joven, tiene la yerba en la boca y, a pesar de conocer más que cualquier imberbe de los de su edad, aún confía en que tenga viviendo su trapo al temple que todo lo cura. Lo hace así porque derrocha valor, porque no elude peleas y porque luce cuando la respuesta del funo le pone las cosas del revés. Pero le cuesta cuando le llegan tan francos que debe morirse de torear. Porque aún no ha asentado la ambición a dentelladas ni ha aplacado las ansias de beberse la vida de un trego. Y es por eso por lo que se llevó a chiqueros la mansedumbre del cuarto sólo después de haber intentado proponer hora y lugar. Y le rehusaron el duelo porque no había más lugar ni más hora que el lugar por donde salió. La mano abajo, el brazo largo en el vuelo, el paso perdido cuando viajaba hacia el 5 y ganado, sin embargo, cuando la salida era hacia el 2. Sabiduría para estructurar y valor para acompañar, para someter, para exigir y para reventar de un estoconazo al de Victoriano, que, sin embargo, tardó en caer para que lo llevasen a destazar con un despojo menos.
Menos despojo y más él pareció López Simón en su última cita de esta feria. Dos tardes habían pasado como alma en pena por Las Ventas, y el Simón que recibió al segundo pareció ser muy parecido a él. Lo lanceó a la verónica, dirigió animoso la brega y se hincó de hinojos tras brindar al Emérito para explicarle que siempre fue muy suyo lo que torear de rodillas en el centro del ruedo. Y cuando le sopló los cinco derechazos y se levantó para hacer que volase el de pecho Madrid ya volvía a estar con él. Los ha pegado más templados en esta plaza, pero no tan sinceros. Porque buscaban a aquel tipo que reventó esta plaza con el temple en el corazón y en la cabeza, con la siniestra fatalidad de torear o morir y con la firme determinación de entregarse en cuerpo y vida. Y la vida le ha cambiado tanto que entre aquel tipo que fue y este que le hacen ser hoy de Alberto, en el ruedo, no va quedando ni rastro. Y han sido cinco los toros que le han embestido en esta feria para saludar una ovación. Algo le pasa, no hay duda, pero este que pugna por sacar Alberto está muy lejos de ser López Simón.
Y en esas fatalidades sólo emergió Perera para gritar en silencio que el temple no habita en los trapos, sino que moldea las almas. Y la suya es tan maciza y tan sincera -para bien y para mal- que no quiere taparse de crecer con cada cite. Porque al temple de hoy siempre se llega con la muleta de ayer. Y los dos son cosa suya…
Ficha del Festejo
Plaza de toros de Las Ventas. Vigésima de la Feria de San Isidro. Corrida de toros. No hay billetes. Seis toros de Victoriano del Río, con kilos pero justos de presencia y desiguales de tipo y hechura. Desordenado y bravucón el rajado primero; mansito repetidor sin clase el segundo; manso de carretas humillado y con clase el tercero; de gran clase y profundidad y raza justa el mansito cuarto; de extraordinaria fijeza y celo por el pitón derecho el buen quinto, ovacionado; áspero y con disparo el protestón sexto. Miguel Ángel Perera (gris plomo y oro): silencio y oreja. Alberto López Simón (grana y oro): ovación y leves pitos. Andrés Roca Rey (sangre de toro y oro): oreja tras aviso y silencio tras aviso.