SAN ISIDRO: SI TE VIERA NAVALÓN…

0
1751

 

Redacción: Marco A. Hierro – Cultoro.com – Web Aliada – Foto: Luis Sánchez Olmedo

Antonio Ferrera confirma su poso de fuego lento en Madrid en una corrida de banderilleros que al final brillaron en todo menos en eso; ovación Padilla, silencios Escribano con Las Ramblas.

Madrid – España. Son las once de la noche cuando comienzo esta crónica y la inercia de la historia misma me lleva quince años atrás. A otra tarde, otro toro y otra feria en la que, aún en la prensa escrita, me declaré partidario tuyo para mayor escarnio de mi humilde nombre por aquel cronista -soberbio en todo- que atendía al nombre de Alfonso Navalón y publicaba sus textos en el mismo periódico donde yo trabajaba. Ferrari comenzó a llamarnos a ti y a mí. Tu delito: haberle cortado las orejas a aquel toro de Montalvo, en otra corrida de banderilleros como la de hoy en la que El Fandi te acompañaba en volandas y el que marchaba a pie era el maestro Esplá. El mío: haberme declarado hipermegafan -como se dice ahora- de aquel torero de grana y oro que quería comerse el mundo a dentelladas. Y hoy, por mor del paso de tiempo y la madurez de las pasiones, has estado a punto de reventar la gloria tan despacito como se degusta un buen vino. Si te viera hoy Navalón…

Aquello fue precisamente lo que yo no entendí entonces de una crítica que tenía su parte de razón. Mucha, para qué nos vamos a engañar. Esa forma de correr, de acelerarse, de arrebatarse con los animales y de exponer la vida cual si no hubiera más muerte hubiera sido en vano de no llegar hasta hoy. Pero a esta de hoy sólo llegan los que son inteligentes para hacer del error virtud; constantes para que les pille trabajando la que llaman inspiración; pacientes para macerar el momento que le llega a todo torero. Y a Antonio le ha llegado ahora, aunque Navalón no creería lo que hoy vieron 20.000 almas.

Ha decidido Antonio que no le valen más trazos que los que van a uno por hora. Ha acompasado el corazón a la cadencia de las telas y ha aprovechado el ritmo de un medio toro para construir una obra histórica. Porque el toreo son momentos, y esos no entienden de premios, sino de esa sensación que se te queda en el pecho. A Antonio se le quedó ya con el capote, cuando encajaba el riñón sobre el abierto compás y dejaba que el vuelo meciese la embestida natural que quería humillar sin lograrlo. Fue un trámite el tercio de banderillas, solvente y de exposición sin alardes. Lo fue porque todos esperaban el trapo rojo casi desde que lo vieron en Sevilla. Y voló despacio mientras iba caminando hacia los medios y se paraba sólo cuando el toro tenía que pasar. Original, torero, gigante.

Lo demás fue al natural, por donde se espera que llegue la gloria cuando uno se sabe libre. Fue al natural, con las manos desmayadas y las yemas acariciando el trapo que tomaba a media altura el castaño de Las Ramblas, que se llevó una ovación justo cuando lo arrastraban y le debe sólo a Antonio. Porque esa forma pausada de latir los cambios de mano, de morir las firmas lentas, de saborear a mordisquitos los enormes pectorales… No concedió el presidente aquella oreja pedida de más, pero te la concederá la historia, Antonio, porque hace años que Navalón ya no te puede ver, pero te vio todo el mundo. Y esos desplantes tan toreros que te sale un olé sólo de ver cómo se llena un escenario. Y esos tiempos medidos, esos paseos fuera de la cara, esa muleta plegada en el brazo mientras te volteas con desprecio para crecer sobre el animal. Ay, Antonio. Si te viera ahora el que te puso Ferrari…

Ese tampoco creería lo que han hecho con Padilla, al que dejó entre los grises y los axiblancos con su pundonor crecido y ahora quiere tirarle naturales a la nobleza sin raza de una corrida en Madrid. No lo creería Alfonso si lo viera hoy, te lo aseguro, pero sí contaría de sobra con ese saludo al cuarto, con cinco largas cambiadas rodillas en tierra hasta ganarle los medios y rematar allí con una revolera mientras se ponía el tendido en pie para aplaudir la única raza que nos dejó la tarde. Luego se le olvidó caminar al entipado castaño, y apenas una tanda se quedó el Pirata entre los dedos antes del estocadón. Y una ovación reconocía su mérito.

Ni una ovación entera pudo llevarse a la boca un Manuel Escribano todo entrega que se encontró con dos animales de tirar las cartas, la cuchara y el huevo, pese a brindarlos los dos. Le pega Manuel muletazos a una mesa que le pongan enfrente, pero no fue capaz de pegarle ni uno a dos inválidos sin condición cuya nobleza infinita ni para emocionarse el tendido le daba al sevillano. Deslizó, aún así, naturales de cierto gusto, porque tiene oficio Manuel de muchos años en esto, aunque no se hubiera acordado Navalón de él, porque no conoció a Datilero. Aunque de todo comienza a hacer ya mucho tiempo.

Sobre todo de aquella noche septembrina en que heredamos apodo, Antonio, que no nos vino mal a ninguno de los dos. Tal vez porque esas cosas a largo plaza hacen crecer a quienes saben digerirlas. Por mucho que entonces supieran a bilis. Y por mucho que nos acordemos hoy de lo bien que estaría que te hubiera visto Navalón. Porque todos tenemos un punto soberbio…

Ficha del Festejo

Plaza de toros de Las Ventas. Undécima de la feria de San Isidro. Corrida de toros. 20.159 espectadores. Seis toros de Las Ramblas, correctos de presencia y de fea hechura en general, pero muy en tipo. Noble y sin raza el espeso primero; humillados y con intención muy a menos el segundo; deslucidote sin maldad el tercero; de emotiva repetición mientras duró el cuarto; entregado y con voluntad de media altura el feble quinto; humillador con repetición y codicia sin poder el sexto. Juan José Padilla (corinto y oro): silencio y ovación. Antonio Ferrera (manzana y oro): silencio y oreja. Manuel Escribano (nazareno y oro): silencio y palmas.

Dejar respuesta