Redacción: Marco A. Hierro – Cultoro-com – Web Aliada – Foto: Luis Sánchez Olmedo
Alejandro Talavante demuestra que se puede cortar una oreja rotunda con tres muletazos; ovaciones para Castella y sangre para Javier Jiménez con un encierro de El Puerto sin raza.
Madrid – España. Anochecía sobre Madrid. Una leve brisa se llevaba la temperatura agradable que había acariciado la tarde y un ambiente plúmbeo y gris horadaba las carnes de una plaza hasta las tejas que hasta se iba desalojando, decepcionada con el final que se le auguraba a la película de la prensa. Anochecía sobre Madrid. Reinaba la calma de las tardes aciagas, donde nadie es capaz de saltarse el guión mal escrito. Y cuando el manto oscuro arrullaba al tedio tres fogonazos de pura pasión le reventaron la barriga a 24.000 almas: había llegado la verdad.
Fueron tres. Nada más hacía falta para acallar los gritos, para desterrar los bostezos, para hundirse entre la piel del aficionado vencido por tanta raza ausente en los siete animales que se habían ido a destazar. Los tres salieron de la misma chistera y se fabricaron en idénticas muñecas. Que fue allí, donde un genio tan loco que se anuncia cuatro tardes donde las figuras empequeñecen cincelaba tres esculturas de bronce para los anales del toreo. Tres, que no fueron más, pero tampoco menos. Y tuvieron sus tres lambrazos tan amplia la magnitud que le llenaron a Talavante una mano con la oreja más grande que se ha cortado esta feria. Con tres muletazos, sólo tres. Y los tres al natural, por donde renace la vida de una plaza a la que entonces le iba cayendo la noche.
Era Buzonero el tercer toro que paraba Talavante en el quinto acto del festejo de la Prensa. Era Buzonero y de Mayalde, que tiene varios premios en sus vitrinas con toros del mismo nombre. Y de la misma hechura basta, cuelligorda, paletona y abueyada. Pero sublime de calidad. Era Buzonero y traía la clase en el paquete que abrió Alejandro con a penas un paso por delante del tendido 7. Allí debajo, donde más pesan los toros cuando se es más figura, pugnaba Talavante por cogerle el pulso a la embestida al ralentí. Y entonces ocurrió; un pase de la firma para rematar la serie simple, que enganchó en el sitio exacto y encontró el latido correcto para transformarse en eterna. Y Las Ventas reventó.
De ahí en adelante fue Alejandro puro latir. Al natural, con la muñeca dirigida por el propio corazón, con el sentimiento pintado en un mohín de pura vida, de puro dolor de sentir tanto. De enterrarse tanto en el puro torear. Y allí llegó el segundo bronce. Escultura cincelada con las tripas del tendido 7, con la mirada en el infinito de las misma miradas que no lo habían querido ver. Era allí donde miraba Talavante, que puede torear y sentir, pero también vino a conquistar. Y su mirada en el 7 no impidió que citase de frente, puro como la vida, hundido en la arena tibia que había comenzado a herbir. Y voló el natural más natural de los que vimos esta feria, con la mirada en el escéptico para convertirlo a la fe. Monumental. Soberbio. Sobrenatural.
Aún le quedaba uno más en el fondo del cajón de donde llovían los trincherazos, los latidos a diestras que eran mucho más de este mundo, los desplantes al tendido comprobando su victoria mientras se levantaban ahítos los custodios de la fe. Aún volaría el cambio de mano con el pulso más eterno que se haya visto en esta feria. Paladeado, lento, parsimonioso. Cual si no hubiera más prisa que la de sentir el toreo. Y Las Ventas claudicó a la verdad del genio loco. El que quiso ganar y venció con tres bronces de pura vida. Y una estocada de premio.
Porque no hace falta nada más cuando uno es tan sumamente bueno. Y lo es Castella cuando dice el toreo y no lo fabrica. Cuando le nace y no lo busca. Al galo le faltó hoy cincelar el bronce una vez porque se emborrachó por momentos de diez muletazos por tanda. Sin pausa, sin medida. Sólo torear y torear mientras el público buscaba el momento de aplaudir. Y lo hizo al final del trasteo cuando llevaban las mulas los despojos del primero con las orejas bien puestas y se enfadaba Sebastián por no haberse quedado alguna. Se la pidieron, es verdad, pero la negativa del palco azuzó su ira, ignoró la ovación que le tributaban y decidió ignorar también que ese feo al del pañuelo puede provocar que no lo saque más para él. Y es lástima en un torero tan grande.
Grande quiere ser Javier Jiménez, pero no será nunca por la actuación de hoy. Se fue el sevillano al hule porque entregarse, se entrega; con el enclasadísimo tercero que no podía con su alma y claudicaba de pura entrega y con el díscolo e informal sexto, cuya cara alta lo colgó de un pitón. Con ambos quiso ponerse y con ninguno logró decir nada. Sólo silencio para las esculturas que el rubio de Espartinas logró cincelar.
Pero allí ya habían iluminado tres bronces lo que la noche oscureció. Tres bronces que dicen alto que en Madrid no hay que pegarle cincuenta; a Talavante con tres le valió: pero tienen que ser esos tres tres girones de tu propia alma, tres fragmentos de tu propia historia. Sólo así se podrán ver tres bronces de pura vida.
Ficha del Festejo
Plaza de toros de Las Ventas. Corrida de la prensa. Lleno de No Hay Billetes. 23.634 espectadores. Seis toros de Puerto de San Lorenzo, el segundo bis de Buenavista como sobrero y el quinto tris de Conde de Mayalde como sobrero. Devuelto el primero por inválido; noble y humillador en línea recta el primero bis; descompuesto y defensivo por la falta de raza el segundo; de enorme calidad y fijeza sin fuerza el tercero; mansurrón pero obediente el rajado cuarto; devuelto el quinto por flojo; devuelto el quinto bis por blando; de gran calidad, lentitud y clase el buen quinto; pasador sin raza el sexto. Sebastián Castella (lila y oro): ovación que no saluda tras dos avisos, ovación que recoge desde el callejón tras aviso y silencio en el que mató por Jiménez. Alejandro Talavante (negro y oro): silencio y oreja. Javier Jiménez (corinto y oro): silencio y herido.
Parte Médico de Javier Jiménez
Herida por asta de toro en tercio superior cara interna de muslo derecho, con dos trayectorias, una hacia arriba de 20 cm que produce destrozos en músculos aductores y alcanza pubis, y otra hacia abajo de 15 cm que produce destrozos en músculos vasto interno y aductor.